Resumen:
El niño de la segunda modernidad ha sido des-infantilizado y convertido en sujeto de derechos, deja de ser una mera promesa futura para convertirse en un sujeto niño o niña en acto, en presente. Por tanto, aquel imaginario un tanto romántico que sale, de cuando en cuando, en nuestras conversaciones y que se manifiesta en frases como “Los niños son el futuro”, “El mañana de nuestro país están en los niños”, comienza a desmoronarse para dar cabida a otro mucho más exigente y profundo. Concebir y creer que los niños son sujeto de derecho significa su reconocimiento en el presente. Cuando decimos “reconocimiento”, estamos diciendo: inclusión, concientización, compromiso, responsabilidad, promoción, empoderamiento, auto agenciamiento, autonomía, formación, divulgación, denuncia, entre otras actitudes y acciones. Es aquí donde se necesita del aporte de la escuela. La participación activa de la niñez y la juventud en las dinámicas sociales y políticas no ocurre en una sola vía. No basta que tengan una actitud consciente y reflexiva. También es necesario que los adultos impulsen un cambio en la forma de pensar la niñez. Lo que convierte a los niños, niñas y adolescentes en sujetos de derechos, en su reconocimiento por parte de los adultos –y las instituciones-, como seres capaces de asumir derechos y obligaciones, de considerarlos como sujetos del presente y no del futuro, como sujetos y no como objetos. Toda institución educativa, conocedora de los derechos humanos y, de manera específica, de los derechos de niñez y juventud, debe incorporarlos en sus formulaciones enunciativas y programáticas (PEI, manual de convivencia, proyectos transversales, planes de área, programas de asignatura) pero también en cada una de sus acciones formativas. Si se requiere, los derechos de los niños y las niñas han de estar presentes en el cotidiano educativo haciendo de la escuela un laboratorio de vida evidenciada en cada momento su conocimiento y puesta en práctica.