Resumen:
Desde esta mirada al niño se le adjudica un lugar particular dentro de la sociedad, específicamente dentro de la familia, como la parte articuladora e integradora de esta última. La constitución de la familia burguesa (padre, madre e hijos) como “unidad nuclear” de la sociedad hace parte conjunta de ese proceso en el que los niños y niñas dejan de ser vistos como una parte indiferenciada de la comunidad y del grupo familiar -de parentesco, linaje-. Es decir, los niños y niñas dejan de hacer parte de un cuerpo colectivo y quedan articulados al núcleo familiar burgués (familiarización de la infancia) que ya no es solo moral, social y económico, sino también sentimental y afectivo. Es por eso que, dentro de esa lógica, la familia moderna burguesa resulta difícil de concebir sin niños y niñas y éstos se “familiarizan”, se privatizan. Es más, la familia moderna misma se articula -económica, legal, pero también afectiva y emocionalmente- en torno a los niños. Como lo dice Ariès: “La familia se transforma profundamente en la medida en que modifica sus relaciones internas con el niño” (Ariès, 1987, p. 482). De esa manera, su estructura se convierte en uno de los principales dispositivos modernos para regular y darle forma al individuo moderno (infancia familiarizada) y para encausar el deseo en las sociedades capitalistas (Donzelot, 1998).