Resumen:
Las Fuerzas Armadas han sido actores centrales de la escena política argentina desde que sonara en 1930, por primera vez, la “Hora de la Espada”1. A partir de allí, e invocando permanentemente una legitimidad apolítica, de encarnación de la “unidad nacional” y de representación del “interés general”, los militares argentinos ejercieron el rol de tutores del sistema político, instaurando una crónica dinámica de alternancia cívico-militar. Pro-oligárquicas o industrialistas, liberales o nacionalistas, restauradoras o modernizantes, siempre elitistas y conservadoras, las Fuerzas Armadas impusieron su fuerza con el fin de restablecer la estabilidad de lo que percibían como una sociedad “desquiciada”, imprimiendo al sistema político argentino uno de sus rasgos más perdurables: el de una recurrente inestabilidad. En el presente trabajo abordaremos la problemática bajo estudio alrededor de dos ejes centrales. El primero será el de la política militar de los gobiernos de los presidentes Menem y De la Rúa, entendiendo por tal al “conjunto de decisiones gubernamentales junto con la activación de mecanismos y procedimientos institucionales tendientes a administrar tanto el comportamiento cotidiano, burocrático-profesional, de la institución militar como su comportamiento político-institucional” (Fontana, 1987: 375). El segundo será el del comportamiento político-institucional de las Fuerzas Armadas, entendido como “las acciones y tomas de posición de las mismas con respecto a cuestiones políticas, en la medida en que tales acciones y tomas de posición son decididas y acatadas a través de la cadena de mandos con arreglo a normas y procedimientos que regulan el funcionamiento interno de la institución -lo cual hace al concepto de ‘cohesión institucional’- y que sean coordinadas o, al menos, aceptadas por las tres fuerzas -lo cual hace referencia a la ‘unidad interna’ de las mismas-“ (Fontana, 1987: 375).