Descripción:
El desarrollo de la ciencia occidental a partir de los siglos XIV y XVII está marcado por la búsqueda y creación de una racionalidad que se creyó opuesta a las explicaciones mitológicas y a las revelaciones religiosas, sin percatarse de que justamente la experimentación, el cálculo y la mística constituyeron el caldo de cultivo en el cual germinó la tensión entre experiencia y razón.
A finales del siglo XVTII, los éxitos de la física permitieron concebir un universo determinista, totalmente inteligible; “un demonio ideal, imaginado por Laplace podría deducir todo estado presente o futuro de este universo...”, y tal identidad de lo real, lo racional y lo calculable hizo creer que se podía eliminar cualquier desorden y toda subjetividad. Fue así como la razón se convirtió en el gran mito unificador del saber, de la ética y de la política.
El fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama hace eco en una generación de intelectuales defraudados ante la percepción de la vertiginosa pérdida de validez de los principios que alimentaron por más de dos siglos la esperanza en el triunfo de los ideales de la razón: el progreso y la libertad. (1). Es una lástima que esa mezcla de pesimismo político y cultural, semejante al talante apocalíptico de finales del siglo XIX, haga presa a un amplio sector de la intelectualidad contemporánea, y que los cambios radicales en la vida económica y social justifiquen tales premoniciones y mantengan vivo un malentendido entre la particular dimensión de la experiencia que llamamos postmodema, y aquella que confunde el fin de una idea de la historia con la historia misma.