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Título : Democracy and environment “the new territorialities”
Democracia y ambiente “las nuevas territorialidades”
Palabras clave : territory;urbanization;poverty;territorio;urbanización;pobreza
Editorial : Universidad de Antioquia
Descripción : Not all territories live and cement in the same way. Where there is a history and a common memory, the permeability and transparency between the private and the public is imposed. In populations with a strong territorial identity differences do not scare; They include, they incite to become part of the space, it goes through it, it transits it, but it is also constructed and inhabited. When memory of a common history is found, space is favored to witness the community’s power. We can say then that the cities where poverty exists are places of going and coming, but also of meetings and of citizen convergence. In spaces with memory, there is always a gesture of recurrent citizenship among the people who celebrate, who claim the state or exercise their right to voice. The cities of poverty, rather than the squares or venues built up by social policies, are the agora where public opinion of the settlers is enunciated and exposed. But neighborhoods can also be taken  to  intimidate,  to  confront  and  to  rape,  as  often  happens  with the peripheries, with the edges. In our marginalized cities, populations, especially those we call villas, find it difficult to establish, preserve and take pride in a common memory and history. Eradicated from different places and thrown to the outskirts of the city (like the ghettos) its in-habitants can not recognize themselves in a common identity that empowers them on the territory itself. On the contrary, fear and stigma often settle between them, transforming the periphery into a place of dispute and measurement of forces. The villas converted into “non - places” (Augé, 1996). The neighborhoods of the new poverty can become no man’s land. And when this happens, the power and cultural control over the territory is weakened. Power then becomes the force or violence and fear that these marginalized neighborhoods generate.  This is the case of villages with fragmented, fragmented histories in their isolation and discrimination. Violent neighborhoods in their dispute for a space in the city. Locked up in the fragile plot of the village, without partners except themselves, the exasperation of feeling abandoned by the state itself, soon becomes part of all, all young men, women and children. In populations with a history and a common past, the city, the neighborhood, always have a tacit regulation, the conventions of what should and should not be done. Agreements of the living, of the good way, of the good relations. However, when such agreements are still fragile, as in villages without a history and an intense identity, the city rises as an open territory, where divergences and dispute over the terms of those alliances are put into play. It is there, where the violence and the disagreement arise interrupting the rhythm of the routine. It is well known that the creation of a town constitutes moments of crisis and uncertainties. It is at this moment that the tension between the aspiration to a better quality of life and the difficulties that the context of poverty offers them is revealed. Along with obtaining a home, certainties, knowledge, old beliefs and principles enter a phase of insecurity. The tension and contradictions between neighbors who are barely known begin to feel and reside in the territory itself. The town, a group of precarious, narrow houses, built on the edges of the city and determined without any participation, does not always conform to the expectations that the villagers brought. It is then when manifesting and making explicit the projects themselves and aspirations becomes a necessity for each of the families. Identifying territory, erecting boundaries, affirming one’s identity are becoming a practice that is not expected from each other to distinguish itself from what one wishes to escape: poverty and exclusion. Identity and territorial boundaries that finally weaken the possibility of the encounter and of an ingrained community. The hope of migrating from these villas is directly associated with the mistrust and the fear of its inhabitants who are trapped in the poverty of always. Forgotten in the margins of the city, the despair of its inhabitants ends up transforming them into nobody’s territory; In a space detached from all social reality. Staying before others, with different ones, other non-poor, is an experience that these settlers, segregated in the edges of the city, often do not know. The town and the city thus become a space of intercepted dispute. The new towns and communities warn us that in a segregated city the coexistence in the difference is always ambivalent and risky. The identity with the territory must be organized with and despite the contradiction that installs the social distance of the alteridad. Si the sense of the urban plot is to close and delimit access to unpredictability; In the villages the limits of their confinement are asserted. Urban plot of poverty, without secrecy, or shelter, without plazas or wide sidewalks that invite  to  be  and  belong.  In the villages, the entrails of their streets seem to have been conceived for the control of all over all, to go and not to be. In spite of poverty, as nowhere else in our cities, the power of resilience is summoned, celebrated, discussed, but also vanished.
No todos los territorios se viven y cimientan de igual forma. Donde existe una historia y una memoria común, la permeabilidad y la transparencia entre lo privado y lo público se impone. En poblaciones con una identidad territorial fortalecida las diferencias no asustan; ellas incluyen, incitan a hacerse parte del espacio, se lo recorre, se lo transita, pero también se lo construye y se lo habita. Cuando se halla memoria de una historia común, el espacio es favorecido para atestiguar el poder de la comunidad. Podemos decir entonces que las ciudades donde existe la pobreza son lugares de ir y venir, pero también de encuentros y de convergencia ciudadana. En los espacios con memoria, existe siempre un gesto de ciudadanía recurrente entre los pobladores que celebran, que reclaman al Estado o que ejercen su derecho a voz. Las ciudades de la pobreza, más que las plazas o las sedes edificadas por las políticas sociales, son el ágora donde se enuncia y expone la opinión pública de los pobladores.Pero los barrios también pueden ser tomados para amedrentar, para confrontar y para violentar, como a menudo sucede con las periferias, con los bordes. En nuestras ciudades marginadas, las poblaciones, en especial aquellas que denominamos villas, tienen dificultades para establecerse, conservar y enorgullecerse de una memoria e historia común. Erradicados de lugares distintos y arrojados a los extramuros de la ciudad (como los ghettos) sus habitantes no logran reconocerse en una identidad común que los empodere sobre el propio territorio. Por el contrario, el temor y el estigma a menudo se instalan entre ellos, transformando las periféricas en un lugar de disputa y medición de fuerzas. Las villas convertidas en “no – lugares” (Augé, 1996). Los barrios de la nueva pobreza, pueden tornarse en tierra de nadie. Y cuando ello ocurre, el poder y el control cultural sobre el territorio se debilitan. El poder se vuelve entonces la fuerza o la violencia y el miedo que estos barrios marginados generan. Es el caso de las villas con historias trizadas, fragmentadas, en su aislamiento y discriminación. Barrios violentos en su disputa por un espacio en la ciudad. Encerrados en la trama frágil de la villa, sin interlocutores salvo ellos mismos, la exasperación de sentirse abandonados por el propio Estado, no tarda en hacerse parte de todos y de todas, jóvenes, hombres, mujeres y niños. En las poblaciones con historia y un pasado común, en cambio, la ciudad, el barrio, poseen siempre una normativa tácita, las convenciones de lo que se debe y no se debe hacer. Acuerdos del con-vivir, del buen camino, de las buenas relaciones. Sin embargo, cuando esos acuerdos son aún frágiles, como ocurre en las villas sin una historia y una identidad intensa, la ciudad se levanta como un territorio abierto, donde las divergencias y la disputa por los términos de esas alianzas se ponen en juego. Es allí, donde la violencia y el desencuentro surgen interrumpiendo el ritmo de la rutina. Es sabido que la creación de una villa constituye momentos de crisis e incertidumbres. Es este momento donde se revela con fuerza la tensión entre la aspiración a una mejor calidad de vida y las dificultades que el contexto de pobreza les ofrece. Junto a la obtención de una vivienda, las certezas, los saberes, las viejas creencias y principios entran en una fase de inseguridad. La tensión y contradicciones entre vecinos que apenas se conocen se comienzan a sentir y radicar en el propio territorio. La villa, conjunto de casas precarias, estrechas, construidas en los bordes de la ciudad y determinadas sin participación alguna, no siempre se ajusta a las expectativas que los pobladores traían.Es entonces cuando manifestar y explicitar los propios proyectos y aspiraciones se vuelve una necesidad para cada una de las familias. Marcar territorio, levantar fronteras, afirmar la propia identidad pasan a constituir una práctica desesperada de cada uno para distinguirse de aquello de lo que se desea escapar: la pobreza y la exclusión. Fronteras identitarias y territoriales que debilitan finalmente la posibilidad del encuentro y de una comunidad arraigada. La esperanza de migrar de estas villas está directamente asociada a la desconfianza y al temor de sus pobladores que quedan atrapados en la pobreza de siempre. Olvidados en los márgenes de la ciudad, la desesperanza de sus habitantes termina por transformarlos en territorio de nadie; en un espacio descolgado de toda realidad social. Establecerse ante otros, con otros distintos, otros no-pobres, es una experiencia que estos pobladores, segregados en los bordes de la ciudad, a menudo desconocen. La villa y la ciudad se transforman así en un espacio de disputa interceptado. Las nuevas villas y comunidades nos advierten que en una ciudad segregada la convivencia en la diferencia es siempre ambivalente y riesgosa. La identidad con el territorio deberá organizarse con y a pesar de la contradicción que instala la distancia social de la alteridad. Si el sentido de la trama urbana es cerrar y delimitar el acceso a la imprevisibilidad; en las villas se aseveran los límites de su encierro. Trama urbana de la pobreza, sin secreto, ni amparo, sin plazas ni veredas amplias que invitan al estar y pertenecer. En las villas el entramado de sus calles pareciera haber sido concebido para el control de todos sobre todos, para el ir y no para el estar. A pesar de la pobreza, como en ningún otro lugar de nuestras ciudades, el poder de resiliencia se convoca, se celebra, se discute pero también se desvanece.
URI : https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/handle/CLACSO/217253
Otros identificadores : https://revistas.udea.edu.co/index.php/unip/article/view/328314
10.17533/udea.unipluri.328314
Aparece en las colecciones: Facultad de Educación. Universidad de Antioquia - UdeA - Cosecha

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