Descripción:
Las producciones artísticas desafían nuestro sentido común sobre el movimiento y la inmovilidad, el adentro y el afuera y, en general, las formas de pensar las experiencias cuerpo-espacio. En el film Dogville (Lars von Trier, 2003) y en la pieza teatral El cartógrafo. Varsovia, 1:400.000 (Juan Mayorga, 2010), el lugar que ocupan los mapas es desestabilizador. Dogville y Varsovia son ciudades que los espectadores ven solo a partir de líneas trazadas en el piso, y de algún que otro topónimo. El punto de encuentro que nos ofrecen estas dos obras radica en la cartografialización del espacio: en la película, hay líneas blancas que representan la planta urbana de la ciudad en la que transcurre la historia; en la pieza de teatro, los propios actores colocan, sacan y vuelven a colocar cintas adhesivas en el suelo para ir cartografiando las escenas. El mapa pierde toda geometría de la racionalidad y se vuelve un rizoma envolvente, que fagocita y alimenta las almas de los protagonistas al mismo tiempo. El mapa ya no es la representación de un espacio, sino que es un dispositivo que opera como la encarnadura material de ciudades que en las obras son «invisibles». El eje analítico de este artículo está puesto en la potencia de la escenografía cartográfica y en las formas en que el diseño cartográfico articula una red de emociones