Resumen:
El destierro como fenómeno de desplazamiento forzado, mediante expropiación violenta de tierras y territorios, trae consecuencias políticas, sociales y morales nefastas a cerca de cinco millones de colombianos. A partir de sus propias voces, quise saber quiénes son los desterrados, buscando comprender de otra manera el fenómeno político del destierro. Para ello desarrollé un método que a partir de entrevistas conversacionales permite construir autobiografías, en las que se da forma y representa el tejido de significados de la experiencia; y además diseñé e implementé una matriz interpretativa creada sobre la triple mimesis ricoeuriana, que se convierte en un aporte desde la hermenéutica fenomenológica, a la investigación narrativa autobiográfica en ciencias sociales. Asumir el destierro como evento histórico lo circunscribe a la noción de pérdida de la tierra, por lo tanto, unifica al desterrado convirtiéndolo en “masa”; esta mirada dominante, inscribe al desterrado en una identidad fija, apelando a cuatro significados: como desarraigo, lo supone vitalmente ligado a la tierra; como persona sin patria, lo restringe a una condición jurídica de pérdida de derechos y niega su dignidad humana; como acto violento, lo estereotipa, estigmatiza e instrumentaliza; y como castigo, lo victimiza, exigiéndole explicación y perdón. Pero las autobiografías muestran que el destierro asumido como acontecimiento narrativo, es pérdida de mundo, y que en realidad no comienza, ni termina con la expulsión; pone en evidencia la reducción de la democracia, la precariedad del estado social de derecho, la profundización de injusticias y otras expresiones de violencia. Y a pesar de la falta de mundo, los desterrados muestran distintas formas de aparecer en él, manifiestan su libertad y su capacidad de iniciar algo nuevo. Narrar humaniza al desterrado, lo singulariza como “cuerpo”, mostrando que como ser en movimiento es un sujeto ético y político. Finalmente propongo reorientar la política pública de atención a los desterrados hacia una que los dignifique como personas en su singularidad, velando por una “memoria justa”; y comprender “otros” destierros que viven niños, niñas y jóvenes de América Latina, narrando sus historias.