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Volver una y otra vez a tocar las propias raíces es siempre un servicio a la propia identidad. En este sentido, junto con el encuentro con Jesús, nada tan favorable al crecimiento en identidad cristiana y misionera como volver los ojos a Pablo de Tarso. Sus escritos nos ponen en contacto lleno de frescor e inmediatez con los orígenes cristianos. Son, si no lo primero que se escribió entre cristianos, al menos lo más antiguo que se nos ha conservado. Probablemente la primera carta a los tesalonicenses sea el más antiguo escrito de la Iglesia.