Las cosas que horrorizan a los profetas y que afectan directamente el corazón de Dios, sus entrañas, son aún ahora, sucesos cotidianos en todo el mundo. No hay una sociedad a la cual no se pueda aplicar las palabras del profeta: “¡Ay de los que legislan, decretos inicuos, y de los que registran (continuamente) normas vejatorias”! (Is 10,1). Palabras que ponen en evidencia las injusticias sociales que sufren las clases más desfavorecidas de una sociedad que se ha acostumbrado a la exclusión, muchas veces soterradas bajo principios que según afirma el papa en su Carta Encíclica Fratelli Tutti al referirse a la amistad y la fraternidad “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites” (Francisco, 2020).