Occidente se ha petrificado en una sola imagen y la cultura se ha vuelto estática al repetir el mismo discurso identificado con un heroísmo que se impone sobre los modos de ser y vivir en la relación consigo mismos y los demás. Se exalta la figura de un héroe barbárico y conquistador que es capaz de transformar con el toque de su espada, su brazo fuerte y su voluntad de acero, y que trasciende las incontables luchas que se desenvuelven mientras yacemos dormidos y despiertos; aquéllas no sólo donde la sangre literalmente se desborda de un cuerpo agonizante, sino luchas contra la enfermedad, contra lo denominado “problema” y contra todo aquello que no es deseado por el Ego de hoyen día. Y con esta postura eternizada y petrificada frente a la vida y su devenir en el tiempo, ¿qué consecuencias trae para el individuo, que es héroe protagónico de su propia historia, y para la cultura que lo acoge como hijo suyo?