Este texto nos traslada a Sevilla a fines del siglo XIV, a los inicios de las primeras cofradías de negros, lo que significaba para ellos y otros marginados “el lugar y el espacio en el cual podían expresarse, socializar, e incluso, competir, al menos en el plano simbólico-religioso, con las otras cofradías de sus contemporáneos blancos”, a la vez que incorporaban elementos de su cultura como el baile y la música. Atraer al sistema social y religioso de la época a la población subalterna fue el principal objetivo de las cofradías, que al implementarse en la Nueva España —anota el autor— no fueron homogéneas, a excepción de algunas congregaciones indígenas. La implementación de las cofradías de “negros y mulatos” en la Nueva España se trastocó debido a las insurrecciones de cimarrones en Veracruz y a los levantamientos, desde principios
del siglo xvi, en la Ciudad de México. Fue hasta mediados del siglo XVII cuando resurgieron nuevas corporaciones de mulatos o pardos y algunas de mestizos que integraron a otras castas.
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