El libro nos permite entrar al mundo privado de un ejido mexicano situado cerca de Xalapa, de una comunidad campesina, de cuyo nombre Rosío no quiso acordarse y bautizó con el quimérico de Quimichtepec, en un gesto de protección de la intimidad de la que a partir de entonces se convirtió en su comunidad. Es un viaje a ese mundo privado del que no sabíamos nada porque la sexualidad era tabú para la investigación "dura" que fue muy pudibunda hasta que nuestros maestros, muy bien utilizados por Rosío: Foucault, Flandrin, Veyne, Brown, por citar sólo a los más representativos, nos demostraron que la sexualidad y el discurso en torno a ella era un mirador clave para observar a la cultura que la práctica.