La aportacion de la obra a los estudios regionales radica principalmente en mostrar la relación estrecha entre la formación del Estado posrevolucionario en México y la activación, fundamentalmente a través de la creación del ejido, de comunidades políticas que fueron marcos propicios para el desarrollo de formas de sociabilidad y subjetividades. Como lo demuestra la autora, las identidades, las organizaciones locales y las practicas de trabajo, así como los vínculos entre familias, parientes y vecinos se fueron constituyendo y reconstituyendo, unas veces en consonancia con los disciirsos y las prácticas del Estado, otras en oposición a ellas, para moldear finalmente una cultura local que proveyó argumentos siempre cambiantes para afirmar la posesion sobre la tierra, sancionar derechos locales o conferir poder.